Mi nombre es Jimmy y esta es la historia de cómo encontré mi camino en la oscuridad, guiado por la luz del amor y la determinación de mis padres.
Nací en Cochabamba Bolivia, a principios de la década de 1980, una época de agitación política, inestabilidad económica y cambio social, mis padres, Félix y Asteria, eran ciegos, hijos de campesinos que habían trabajado la tierra durante generaciones, a pesar de sus limitaciones, soñaban con una vida mejor para mí, una en la que pudiera superar las dificultades que ellos habían soportado.
Esta es la historia de cómo me dieron el mejor regalo de todos: una educación.
El mundo que nos rodea
Cochabamba en la década de 1980 era una ciudad de contrastes, las calles estaban llenas de vida con los sonidos de los vendedores ambulantes que pregonaban sus productos, el olor de las empanadas recién hechas que flotaba en el aire y los colores chillones de los mercados, pero debajo de la superficie, había lucha, Bolivia estuvo bajo un régimen militar durante gran parte de la década y la economía estaba en ruinas.
La hiperinflación hizo que fuera casi imposible para familias como la nuestra llegar a fin de mes, mis padres, ambos ciegos por diversos motivos, confiaron en su ingenio y su fé inquebrantable para sobrevivir, mi padre, Félix, era músico, tocaba la guitarra en las plazas y mercados, su música era su manera de ver el mundo, de expresar la belleza que no podía presenciar con sus ojos, mi madre, Asteria, era ayudante de cocina, juntos hacían lo suficiente para poner comida en la mesa, pero siempre insistían en que yo fuera a la escuela.
El primer obstáculo
Recuerdo claramente el primer día de escuela, tenía seis años y mis padres me acompañaron hasta la escuela particular donde me habían inscrito en el centro de la ciudad, mi padre me agarró la mano con fuerza, golpeando el suelo con su bastón frente a el, los niños me miraban y susurraban, pero el agarre de mi padre nunca vaciló. “Jimito”, dijo, “la educación es la clave para una vida mejor, nunca dejes que nadie te diga que eres menos de lo que eres”.
Pero la escuela no fue fácil para mí, los otros niños se burlaban de mis padres, “Tus padres son ciegos”, decían, “¿cómo pueden enseñarte algo?”, yo llegaba a casa un poco triste, pero mi padre me hacía sentar y me decía: “Jimito, el mundo está lleno de gente que intentará derribarte, pero tú tienes algo que ellos no tienen, tu inteligencia, usa tus ojos para aprender, crecer, soñar”.
El punto de inflexión
Cuando nací, Bolivia experimentó un cambio dramático, en 1982 cayó el régimen militar y se restableció la democracia, el nuevo gobierno prometió reformas, incluidas mejoras en la educación, por primera vez, mis padres sintieron un rayo de esperanza.
Trabajaron aún más duro para garantizar que pudiera entrar a una buena escuela, incluso cuando el costo de la vida seguía aumentando, en 1985 Bolivia afrontó una crisis económica, el gobierno implementó medidas de austeridad drásticas y muchas familias, incluida la nuestra, lucharon por sobrevivir.
El viaje continúa
La escuela secundaria estaba a un mundo de distancia de la escuela privada a la que había asistido durante los primeros años, los estudiantes eran más pobres, más sencillos y al principio, me sentí fuera de lugar, así que perdí el interés por estudiar cosas de tan bajo nivel, me gradué como el peor de mi clase y mi foto no aparece en el cuadro de estudiantes graduados de ese año.
Aún así, fue un sueño hecho realidad para mis padres, me habían dado las herramientas para tener éxito, incluso cuando perdí el interés al no ver algo como un buen reto.
La luz interior
Hoy soy Creador Digital y trabajo para mejorar la educación en campos que el sistema educativo ni siquiera contempla, a menudo pienso en mis padres y en los sacrificios que hicieron por mí, puede que fueran ciegos, pero vieron algo en mí que yo no podía ver en mí mismo, me enseñaron que la verdadera visión viene de adentro, de la fuerza de tu espíritu y la profundidad de tu determinación.
Cochabamba ha cambiado desde los años 80, las calles siguen estando llenas de vida, pero hay una sensación de esperanza que antes no existía y cada vez que escucho el sonido de una guitarra, recuerdo a mi padre y el apoyo que fue para mí en vida.
